viernes, 1 de mayo de 2009

Poema La cabeza del Rabí de Rubén Darío

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Un bello poema de juventud
de Rubén Darío, de final triste
para los amantes de oriente.



I

¿Cuentos quieres, niña bella?
Tengo muchos que contar:
de una sirena de mar,
de un ruiseñor y una estrella,
de una cándida doncella
que robó un encantador,
de un gallardo trovador
y de una odalisca mora,
con sus perlas de Bassora
y sus chales de Lahor.

II

Cuentos dulces, cuentos bravos,
de damas y caballeros,
de cantores y guerreros,
de señores y de esclavos;
de bosques escandinavos
y alcázares de cristal;
cuentos de dicha inmortal,
divinos cuentos de amores
que reviste de colores
la fantasía oriental.

III

Dime tú: ¿de cuáles quieres?
Dicen gentes muy formales
que los cuentos orientales
les gustan a las mujeres;
así, pues, si eso prefieres
verás colmado tu afán,
pues sé un cuento musulmán
que sobre un amante versa,
y me lo ha contado un persa
que ha venido de Hispahán.

IV

Enfermo del corazón
un gran monarca de Oriente,
congregó inmediatamente
los sabios de su nación;
cada cual dio su opinión,
y sin hallar la verdad
en medio de su ansiedad,
acordaron en consejo
llamar con presura a un viejo
astrólogo de Bagdad.

V

Emprendió viaje el anciano;
llegó, miró las estrellas;
supo conocer en ellas
las cuitas del soberano;
y adivinando el arcano
como viejo sabidor,
entre el inmenso estupor
de la cortesana grey,
le dijo al monarca: ?!Oh Rey!
Te estás muriendo de amor.

VI

Luego, el altivo monarca,
con órdenes imperiosas
llama a todas las hermosas
mujeres de la comarca
que su poderío abarca;
y ante el viejo de Bagdad,
escoge su voluntad
de tanta hermosura en medio,
la que deba ser remedio
que cure su enfermedad.

VII

Allí ojos negros y vivos;
bocas de morir al verlas,
con unos hilos de perlas
en rojo coral cautivos;
allí rostros expresivos;
allí como una áurea lluvia,
una cabellera rubia;
allí el ardor y la gracia,
y las siervas de Circasia
con las esclavas de Nubia.

VIII

Unas bellas, adornadas
con diademas en las frentes,
con riquísimos pendientes
y valiosas arracadas;
otras con telas preciadas
cubriendo su morbidez;
y otras, de marmórea tez,
bajas las frentes y mudas,
completamente desnudas
en toda su esplendidez.

IX

En tan preciada revista,
ve el Rey una linda persa
de ojos bellos y piel tersa,
que al verle baja la vista;
el alma del Rey conquista
con su semblante la hermosa,
y agitada y ruborosa
tiembla llena de temor
cuando el altivo Señor
le dice: ?Serás mi esposa.

X

Así fue. La joven bella
de tez blanca y negros ojos,
colmó los reales antojos
y el Rey se casó con ella.
¿Feliz, dirás, tal estrella,
Emelina? No fue así:
no es feliz la Reina allí
la linda persa agraciada,
porque ella está enamorada
de Balzarad el rawí.

XI

Balzarad tiene en verdad
una guzla en la garganta,
guzla dúlcida que encanta
cuando canta Balzarad.
Vióle un día la beldad
y oyó cantar al rawí;
de sus labios de rubí
brotó un suspiro temblante...
Y Balzarad fue el amante
de la celestial hurí.

XII

Por eso es que triste se halla
siendo del monarca esposa,
y el tiempo pasa quejosa
en una interior batalla.
Del Rey la cólera estalla,
y así le dice una vez:
Mujer llena de doblez:
¿di si amas a otro, falaz.?
Y entonces de ella en la faz
surgió vaga palidez.

XIII

Sí, le dijo, es la verdad;
de mi destino es la ley:
yo no puedo amarte, ¡Oh Rey!
porque adoro a Balzarad.
El Rey, en la intensidad,
de su ira, entonces, calló;
mudo, la espalda volvió;
mas se vía en su mirada
del odio la llamarada,
la venganza en que pensó.

XIV

Al otro día la hermosa
de parte de él recibió
una caja que la envió
de filigrana preciosa;
abrióla presto curiosa
y lanzó, fuera de sí,
un grito; que estaba allí
entre la caja, guardada,
lívida y ensangrentada
la cabeza del rabí.

XV

En medio de su locura
y en lo horrible de su suerte,
avariciosa de muerte
ponzoñoso filtro apura.
Fue el Rey donde la hermosura,
y estaba allí la beldad
fría y siniestra, en verdad,
medio desnuda y ya muerta,
besando la horrible y yerta
cabeza de Balzarad.

XVI

El Rey se puso a pensar
en lo que la pasión es,
y poco tiempo después
el Rey se volvió a enfermar.

Poemas celebrados

Poema: Primaveral de Rubén Darío

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La estación de todo amor,
de toda juventud y vida,
es cantada febrilmente
en este encantador romance
por el genio de Rubén Darío.


Primaveral


Mes de rosas. Van mis rimas
En ronda, a la vasta selva,
A recoger miel y aromas
En las flores entreabiertas.
Amada, ven. El gran bosque
Es nuestro templo, allí ondea
Y flota un santo perfume
De amor. El pájaro vuela
De un árbol a otro y saluda
Tu frente rosada y bella
Como a un alba; y las encinas
Robustas, altas, soberbias,
Cuando tú pasas agitan
Sus hojas verdes y trémulas,
Y enarcan sus ramas como
Para que pase una reina.
¡Oh, amada mía! Es el dulce
Tiempo de la primavera.

Mira en tus ojos, los míos,
Da al viento la cabellera,
Y que bañe el sol ese oro
De luz salvaje y espléndida.
Dame que aprieten mis manos
Las tuyas de rosa y seda,
Y ríe, y muestren tus labios
Su púrpura húmeda y fresca.
Yo voy a decirte rimas,
Tú vas a escuchar risueña;
Si acaso algún ruiseñor
Viniese a posarse cerca,
Y a contar alguna historia
De ninfas, rosas o estrellas,
Tú no oirás notas ni trinos,
Sino, enamorada y regia,
Escucharás mis canciones
Fija en mis labios que tiemblan.
¡Oh, amada mía! Es el dulce
Tiempo de la primavera.

Allá hay una clara fuente
Que brota de una caverna,
Donde se bañan desnudas
Las blancas ninfas que juegan.
Ríen al son de la espuma,
Hienden la linfa serena,
Entre polvo cristalino
Esponjan sus cabelleras,
Y saben himnos de amores
En hermosa lengua griega,
Que en glorioso tiempo antiguo
Pan inventó en las florestas.
Amada, pondré en mis rimas
La palabra más soberbia
De las frases, de los versos,
De los himnos de esa lengua;
Y te diré esa palabra
Empapada en miel hiblea...
¡Oh, amada mía! en el dulce
Tiempo de la primavera.

Van en sus grupos vibrantes
Revolando las abejas
Como un áureo torbellino
Que la blanca luz alegra;
Y sobre el agua sonora
Pasan radiantes, ligeras,
Con sus alas cristalinas
Las irisadas libélulas.
Oye: canta la cigarra
Porque ama al sol, que en la selva
Su polvo de oro tamiza
Entre las hojas espesas.
Su aliento nos da en un soplo
Fecundo la madre tierra,
Con el alma de los cálices
Y el aroma de las yerbas.

¿Ves aquel nido? Hay un ave.
Son dos: el macho y la hembra.
Ella tiene el buche blanco,
Él tiene las plumas negras.
En la garganta el gorjeo,
Las alas blandas y trémulas;
Y los picos que se chocan
Como labios que se besan.
El nido es cántico. El ave
Incuba el trino, ¡oh, poetas!
De la lira universal,
El ave pulsa una cuerda.
Bendito el calor sagrado
Que hizo reventar las yemas,
¡Oh, amada mía, en el dulce
Tiempo de la primavera!

Mi dulce musa Delicia
Me trajo una ánfora griega
Cincelada en alabastro,
De vino de Naxos llena;
Y una hermosa copa de oro,
La base henchida de perlas,
Para que bebiese el vino
Que es propicio a los poetas.
En la ánfora está Diana,
Real, orgullosa y esbelta,
Con su desnudez divina
Y en su actitud cinegética.
Y en la copa luminosa
Está Venus Citerea
Tendida cerca de Adonis
Que sus caricias desdeña.
No quiero el vino de Naxos
Ni el ánfora de esas bellas,
Ni la copa donde Cipria
Al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber el amor
Sólo en tu boca bermeja.
¡Oh, amada mía!, en el dulce
Tiempo de la primavera!

Poemas célebres

jueves, 30 de abril de 2009

Gustavo Adolfo Bécquer - XXVIII

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En este poema nuestro bardo evoca
la presencia ausente de su amante.
Antes que olvidarla, prefiere sentirla
como un amoroso fantasma que está latente
en cada cosa, en cada sombra, en cada aliento.


mujer en sombra oscuraRima XXVIII
Cuando entre la sombra oscura
perdida una voz murmura
turbando su triste calma,
si en el fondo de mi alma
la oigo dulce resonar,
dime: ¿es que el viento en sus giros
se queja, o que en tus suspiros
me hablan de amor al pasar?

Cuando el sol en mi ventana
rojo brilla a la mañana,
y mi amor tu sombra evoca,
si en mi boca de otra boca
sentir creo la impresión,
dime: ¿es que ciego deliro
o que un beso en un suspiro
me envía tu corazón?

Si en el luminoso día
y en la alta noche sombría,
si en todo cuanto rodea
al alma que te desea
te creo sentir y ver,
dime: ¿es que toco y respiro
soñando, o que en un suspiro
me das tu aliento a beber?

Disfruta de más poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

Poemas misteriosos

lunes, 27 de abril de 2009

Poema: La luna de Enero de José Zorrilla

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Disfruta este hermoso poema del poeta español José Zorrilla, La luna de enero. Hay otros poemas que puedes leer de este mismo poeta en este blog de poesía.


Poema la luna de enero de José Zorrilla


El prado está sin verdura,
Y los jardines sin flores,
No cantan los ruiseñores
Amores en la espesura.
No se oye el dulce murmullo
Del viento, que ronco brama,
No brota en la seca rama
Tierno y pintado capullo.
No saltan serenas fuentes
Por entre sutiles bocas,
Que ruedan desde las rocas,
En vez de arroyos, torrentes.
La luz que los aires puebla
Pesada, amarilla y tarda,
Se pierde en la sombra parda
De la perezosa niebla.
Se viste el color del cielo
Color de los funerales,
Y son del alba cristales
Los carámbanos de hielo.
Brota a los rudos estragos
Con que el invierno la abruma,
La tierra nieblas y lagos,
El mar montañas de espuma.
Y hacinados de ancha hoguera
Los hombres en derredor,
Contemplan el resplandor
Que asalta la azul esfera.
Y baja amarillo el río,
Y entre sus ondas pesadas
Trae las ramas desgajadas
Al furor del cierzo impío.
Mas la noche silenciosa
Por el firmamento sube,
Sin que la manche una nube,
Engalanada y vistosa.
Que en vez de sombra importuna
Vienen siguiendo sus huellas
Mil ejércitos de estrellas,
Cortesanas de la luna.
Que la noche, en recompensa,
Callando los vendavales,
Enciende sus mil fanales
Sobre la atmósfera inmensa.
¡Qué bella es la luz de plata
Con que la noche se viste
Después del día más triste
De la estación más ingrata!
Se ven en la oscuridad,
Como soldados que velan,
Cuál con la lluvia riëlan
Las torres de la ciudad.
Se sienten rodar inquietas,
Lanzando un grito violento
Al brusco empuje del viento,
Sobre el punzón las veletas.
Y en las mansiones vecinas
Los vidrios de las ventanas
Remedan las luces vanas
Colgadas en las esquinas.
No hay sombra en que no veamos
Alguna fantasma oculta,
Que porque más la temamos,
La noche la sombra abulta.
Pues por completa ilusión
La noche miente tan bien,
Que las cosas que se ven
No son las cosas que son.
El aire cristales miente,
Plata los pliegues del río,
Lluvia de ámbar el rocío,
Nácar y perlas la fuente.
Y alza a lo lejos el monte,
Como filas de soldados,
Mil peñascos apiñados
Que guardan el horizonte.
¡Bello es entonces cantar
Con enamorado acento,
Versos que cruzan el viento
Para nacer y expirar!
Bello es en la sombra oscura
Ver una ondulante falda,
Y adivinar una espalda
Sobre una esbelta cintura.
Pensar un velo sutil
Ocultar un blanco cuello,
Y buscar detrás de aquello
Un elegante perfil.
Y alcanzar por entre el velo
Dos ojos o dos centellas,
Que iluminan como estrellas
El espacio de aquel cielo.
Hasta la misma amargura
Es tal vez menos amarga,
Que cuanto la noche alarga
Adquiero más hermosura;
Que en una noche tranquila
Parece el cielo, en verdad,
Ojo de la eternidad,
Y la luna su pupila.


Reina de los astros,¡Luna!,
Como tu luz no hay ninguna;
Si el alba tiene arrebol,
Si tiene rayos el sol,
Su luz de fuego importuna.
Cansa por cierto ese ardor
Con claridad tan extrema;
Bello es del alba el color,
Bello del sol el calor,
Pero tanta lumbre quema.
¡Oh, de la tuya templada
Es fantástico el imperio!
Tú con tu luz plateada
Das de la sombra a la nada
Los contornos del misterio.
¡Oh noches encantadoras,
Volved con tanta riqueza!
¡Hermosas son vuestras horas,
Que embellecen seductoras
Del ánima la tristeza y
Como aquéllas ¡no hay alguna;
Que en vez de sombra importuna
Traen por orgullo con ellas
Mil ejércitos de estrellas
Cortesanas de la luna.

Poema: La meditación de José Zorrilla

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Sobre ignorada tumba solitaria,
A la luz amarilla de la tarde,
Vengo a ofrecer al cielo mi plegaria
Por la mujer que amé.
Apoyada en el mármol la cabeza,
Sobre la húmeda hierba la rodilla,
La parda flor que esmalta la maleza
Humillo con mi pie.


Aquí, lejos del mundo y sus placeres,
Levanto mis delirios de la tierra,
Y leo en agrupados caracteres
Nombres que ya no son.
Y la dorada lámpara que brilla
Y al soplo oscila de la brisa errante,
Colgada ante el altar en la capilla
Alumbra mi oración.


Acaso un ave su volar detiene
Del fúnebre ciprés entre las ramas,
Que a lamentar con sus gorjeos viene
La ausencia de la luz:
Y se despide del albor del día
Desde una alta ventana de la torre,
O trepa de la cúpula sombría
A la gigante cruz.


Anegados en lágrimas los ojos
Yo la contemplo inmóvil desde el suelo
Hasta que el rechinar de los cerrojos
La hace aturdida huir.
La funeral sonrisa me saluda
Del solo ser que con los muertos vive,
Y me presta su mano áspera y ruda
Que un féretro va a abrir.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!


¿Por qué una imagen mundana
Viene a manchar mi oración?
Es una sombra profana,
Que tal vez será mañana
Signo de mi maldición.


¿Por qué ha soñado mi mente
Ese fantasma tan bello,
Con esa tez transparente
Sobre la tranquila frente
Y sobre el desnudo cuello?


Que en vez de aumentar su encanto
Con pompa y mundano brillo,
Se muestra anegada en llanto
Al pie de altar sacrosanto,
O al pie de pardo castillo.


Como una ofrenda olvidada
En templo que se arruinó,
Y en la piedra cincelada
Que en su caída encontró,
La mece el viento colgada.


Con su retrato en la mente,
Con su nombre en el oído,
Vengo a prosternar mi frente
Ante el Dios omnipotente,
En la mansión del olvido.


¡Mi crimen acaso ven
Con turbios ojos inciertos,
Y me abominan los muertos,
Alzando la hedionda sien
De los sepulcros abiertos!


Cuando estas tumbas visito,
No es la nada en que nací,
No es un Dios lo que medito,
Es un nombre que está escrito
con fuego dentro de mí.


¡Perdón! ¡No escuches, Dios mío,
Mi terrenal pensamiento!
¡Deja que se pierda impío
Como el murmullo de un río
Entre los pliegues del viento!

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