viernes, 20 de marzo de 2009

A Lope de Vega - Francisco de Quevedo

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soneto: A Lope de Vega de Francisco de Quevedo

Las fuerzas, Peregrino celebrado,
afrentará del tiempo y del olvido
el libro que, por tuyo, ha merecido
ser del uno y del otro respetado.

Con lazos de oro y yedra acompañado,
el laurel con tu frente está corrido
de ver que tus escritos han podido
hacer cortos los premios que te ha dado.

La invidia su verdugo y su tormento
hace del nombre que cantando cobras,
y con tu gloria su martirio crece.

Mas yo disculpo tal atrevimiento,
si con lo que ella muerde de tus obras
la boca, lengua y dientes enriquece.

soneto de Francisco de Quevedo

A una adúltera - Francisco de Quevedo

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soneto: A una adúltera de Francisco de Quevedo

Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo:
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien que sean notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

poema de Francisco de Quevedo

Agradece, en alegoría continuada

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soneto: Agradece, en alegoría continuada, a sus trabajos su desengaño y su escarmiento de Francisco de Quevedo

Qué bien me parecéis, jarcias y entenas,
vistiendo de naufragios los altares,
que son peso glorioso a los pilares
que esperé ver tras mi destierro apenas!

símbolo sois de ya rotas cadenas
que impidieron mi vuelta, en largos mares;
mas bien podéis, santísimos lugares,
agradecer mis votos en mis penas.

No tanto me alegrárades con hojas
en los robres antiguos, remos graves,
como colgados en el templo y rotos.

Premiad con mi escarmiento mis congojas;
usurpe al mar mi nave muchas naves;
débanme el desengaño los pilotos.

poema de Francisco de Quevedo

Al rey Felipe III - Quevedo

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soneto: Al rey Felipe III de Francisco de Quevedo

Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.

Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.

Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;

Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

poema de Francisco de Quevedo

Algunos años antes de su prisión última

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soneto: Algunos años antes de su prisión última, me envió este excelente soneto, desde la torre de Francisco de Quevedo

Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.

Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef!, docta la Imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquella el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.

poema de Francisco de Quevedo

jueves, 19 de marzo de 2009

Arrepentimiento y lágrimas - Quevedo

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soneto: Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de Francisco de Quevedo

Huye sin percibirse, lento, el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y, despreciada,
lleva tras sí la edad lozana mía.

La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada,
yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar, mudos, los años;
hoy los lloro pasados, y los veo
riendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo,
pues me deben la vida mis engaños,
y espero el mal que paso, y no le creo.

poema de Francisco de Quevedo

Camino de santidad - Quevedo

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soneto: Camino de santidad de Francisco de Quevedo

Ésta es la información, éste el proceso
del hombre que ha de ser canonizado,
en quien, si es que vio el Mundo algún pecado,
advirtió penitencia por exceso.

Doce años de su suegra estuvo preso,
a mujer y a su sueldo condenado;
vivió bajo el poder de su cuñado,
tuvo un hijo no más, tonto y travieso.

Nunca rico se vio con oro o cobre,
vivió siempre contento, aunque desnudo,
no hay incomodidad que no le sobre.

Moró entre un herrador y un tartamudo,
fue mártir, porque fue casado y pobre,
hizo un milagro, y fue no ser cornudo.

poema de Francisco de Quevedo

Conoce la diligencia con que se acerca la muerte

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poema: Conoce la diligencia con que se acerca la muerte, y procura conocer también la conveniencia de su venida, y aprovecharse de ese conocimiento de Francisco de Quevedo

Ya formidable y espantoso suena,
dentro del corazón, el postrer día;
y la última hora, negra y fría,
se acerca, de temor y sombras llena.

Si agradable descanso, paz serena
la muerte, en traje de dolor, envía,
señas da su desdén de cortesía:
más tiene de caricia que de pena.

«Qué pretende el temor desacordado
de la que a rescatar, piadosa, viene
espíritu en miserias anudado?

Llegue rogada, pues mi bien previene;
hálleme agradecido, no asustado;
mi vida acabe, y mi vivir ordene.

poema de Francisco de Quevedo

Contiene una elegante enseñanza - Quevedo

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soneto: Contiene una elegante enseñanza de que todo lo criado tiene su muerte de la enfermedad del tiempo de Francisco de Quevedo

Falleció César, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.

Muere la vida, y de la misma suerte
muere el entierro rico y opulento;
la hora, con oculto movimiento,
aun calla el grito que la fama vierte.

Devanan sol y luna, noche y día,
del mundo la robusta vida, y lloras
las advertencias que la edad te envía!

Risueña enfermedad son las auroras;
lima de la salud es su alegría:
Licas, sepultureros son las horas.

poema de Francisco de Quevedo

Descuido del divertido vivir - Quevedo

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soneto: Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada de Francisco de Quevedo

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.

Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.

Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.

Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.

poema de Francisco de Quevedo

miércoles, 18 de marzo de 2009

Diana y Acteón - Francisco de Quevedo

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soneto: Diana y Acteón de Francisco de Quevedo

Estábase la Efesia cazadora
Dando en aljófar el sudor al baño,
En la estación ardiente, cuando el año
Con los rayos del Sol el Perro dora.

De sí (como Narciso) se enamora;
(Vuelta pincel de su retrato extraño),
Cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,
Hurtaron a Acteón a su señora.

Tierra le echaron todas por cegalle,
Sin advertir primero que era en vano,
Pues no pudo cegar con ver su talle.

Trocó en áspera frente el rostro humano,
Sus perros intentaron de matalle,
Mas sus deseos ganaron por la mano.

poema de Francisco de Quevedo

martes, 17 de marzo de 2009

Enseña a morir antes - Quevedo

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soneto: Enseña a morir antes y que la mayor parte de la muerte es la vida y esta no se siente, y la menor, que es el último suspiro, es la que da pena de Francisco de Quevedo

Senor don Juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas;

pues que de nieve están las cumbres llenas,
la boca, de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,

salid a recibir la sepoltura,
acariciad la tumba y monumento;
que morir vivo es última cordura.

La mayor parte de la muerte siento
que se pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.

poema de Francisco de Quevedo

lunes, 16 de marzo de 2009

Miré los muros de la patria mía - Quevedo

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soneto: Miré los muros de la patria mía de Francisco de Quevedo

Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo, ví que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día

Entré en mi casa, ví que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

poema de Francisco de Quevedo

Muestra el error de lo que se desea

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soneto: Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades de Francisco de Quevedo

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
mirad el ciego error en que he vivido!

Con mis aumentos proprios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

poema de Francisco de Quevedo

Prevención para la vida y para la muerte

By
soneto: Prevención para la vida y para la muerte de Francisco de Quevedo

Si no temo perder lo que poseo,
ni deseo tener lo que no gozo,
poco de la Fortuna en mí el destrozo
valdrá, cuando me elija actor o reo.

Ya su familia reformó el deseo;
no palidez al susto, o risa al gozo
le debe de mi edad el postrer trozo,
ni anhelar a la Parca su rodeo.

Sólo ya el no querer es lo que quiero;
prendas de la alma son las prendas mías;
cobre el puesto la muerte, y el dinero.

A las promesas miro como a espías;
morir al paso de la edad espero:
pues me trujeron, llévenme los días.

poema de Francisco de Quevedo

Repite la fragilidad de la vida - Francisco de Quevedo

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poema: Repite la fragilidad de la vida, y señala sus engaños y sus enemigos de Francisco de Quevedo

«Qué otra cosa es verdad sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza.

El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana;
y, en errado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.

Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su proprio alimento combatida.

¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!

poema de Francisco de Quevedo

Represéntase la brevedad de lo que se vive

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poema: Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió de Francisco de Quevedo
"¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

poema de Francisco de Quevedo

domingo, 15 de marzo de 2009

Salmo I de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo I de Francisco de Quevedo
Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, el Alma mía:
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.

Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que he de hallar la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal Cebo.

Tu imagen soy, tu hacienda propia he sido,
y si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mí partido.

Haz lo que pide el verme cual me veo,
no lo que pido yo: que de perdido,
aún no fío mi salud a mi deseo.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo II de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo II de Francisco de Quevedo
¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.

Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.

Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.

Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo VI de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo VI de Francisco de Quevedo
¡Que llegue a tanto ya la maldad mía!
Aun Tú te espantarás, que tanto sabes,
eterno Autor del día,
en cuya voluntad están las llaves
del cielo y de la tierra.
Como que, porque sé por experiencia
de la mucha clemencia
que en tu pecho se encierra,
que ayudas a cualquier necesitado,
tan ciego estoy a mi mortal enredo,
que no te oso llamar, Señor, de miedo
de que querrás sacarme de pecado.
¡Oh baja servidumbre:
que quiero que me queme y no me alumbre
la Luz que la da a todos!
¡Gran cautiverio es éste en que me veo!
¡Peligrosa batalla
mi voluntad me ofrece de mil modos!
No espero libertad, ni la deseo,
de miedo de alcanzalla.
¿Cuál infierno, Señor, mi Alma espera
mayor que aquesta sujeción tan fiera?
poema de Francisco de Quevedo

Salmo VII de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo VII de Francisco de Quevedo
¿Dónde Pondré, Señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
Si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes Rayos Rojos

te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,

te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,

con Amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo IX de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo IX de Francisco de Quevedo
Cuando me vuelvo atrás a ver los años
que han nevado la edad florida mía;
cuando miro las redes, los engaños
donde me vi algún día,
más me alegro de verme fuera dellos
que un tiempo me pesó de padecellos.
Pasa Veloz del mundo la figura,
y la muerte los pasos apresura;
la vida fugitiva nunca para,
ni el Tiempo vuelve atrás la anciana cara.
A llanto nace el hombre, y entre tanto
nace con el llanto
y todas las miserias una a una,
y sin saberlo empieza la Jornada
desde la primer cuna
a la postrera cama rehusada;
y las más veces, ¡oh, terrible caso!,
suele juntarlo todo un breve paso
y el necio que imagina que empezaba
el camino, le acaba.
¡Dichoso el que dispuesto ya a pasalle,
le empieza a andar con miedo de acaballe!
Sólo el necio mancebo,
que corona de flores la cabeza,
es el que solo empieza
siempre a vivir de nuevo.
¡Dichoso aquel que Vive de tal suerte
que el sale a recibir su misma muerte!
poema de Francisco de Quevedo

Salmo X de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo X de Francisco de Quevedo
Trabajos dulces, dulces penas mías,
pasadas alegrías
que atormentáis ahora mi memoria,
dulce en un tiempo, sí, mas breve gloria
gozada en años y perdida en días;
tarde y sin fruto derramados llantos,
si sois castigo de los cielos santos,
con vosotros me alegro y me enriquezco,
porque sé de mí mismo que os merezco,
y me consuelo más que me lastimo;
mas, si regalos sois, más os estimo,
mirando que en el suelo,
sin merecerlo, me regala el cielo.
Perdí mi libertad, mi bien con ella:
no dejó en todo el cielo alguna Estrella
que no solicitase,
entre llantos, la voz de mi querella,
¡tanto sentí mirar que me dejase!
Mas ya, ver mi dolor, me he consolado
de haber mi bien perdido,
y en parte de perderle me he holgado,
por interés de haberle conocido.
poema de Francisco de Quevedo

sábado, 14 de marzo de 2009

Salmo XIV de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo XIV de Francisco de Quevedo
Perdióle a la razón el apetito
el debido respeto,
y es lo peor que piensa que el delito
tan grande, puede a Dios estar secreto,
cuya sabiduría
la oscuridad del corazón del hombre,
desde el cielo mayor, leerá más claro.
Yace esclava del cuerpo la alma mía,
tan olvidada ya del primer nombre
que hasta su perdición compra tan caro,
que no teme otra cosa
sino perder aquel estado infame,
que debiera temer tan solamente,
pues la razón más viva y más forzosa
que me consuela y fuerza a que la llame,
aunque no se arrepiente,
es que está ya tan fea,
lo mejor de la edad pasado y muerto,
que imagino por cierto
que se ha de arrepentir cuando se vea.
Sólo me da cuidado
ver que esta conversión tan prevenida
ha de venir a ser agradecida
más que a mi voluntad, a mi pecado;
pues ella no es tan buena
que desprecie por mala tanta pena,
y él es tan vil y de dolor tan lleno,
aunque muestra regalo,
que sólo tiene bueno
el dar conocimiento de que es malo.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XVI de Francisco de Quevedo

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soneto: Salmo XVI de Francisco de Quevedo
Ven ya, miedo de fuertes y de sabios:
irá la Alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.

Por tal manera Curios, Decios, Fabios
fueron; por tal ha de ir cuanto ha nacido.
Si quieres ser a alguno bien venido,
trae con mi vida fin a mis agravios.

Esta lágrima ardiente, con que miro
el negro cerco que rodea a mis ojos,
naturaleza es, no sentimiento.

Con el aire primero este suspiro
empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XVII de Francisco de Quevedo

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soneto: Salmo XVII de Francisco de Quevedo
Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.

Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.

Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;

mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XVIII de Francisco de Quevedo

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soneto: Salmo XVIII de Francisco de Quevedo
Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al Acero valiente, al mármol frío,
que contra el tiempo su dureza atreve.

Aún no ha nacido el Pie cuando se mueve
camino de la Muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio Río
que negro Mar con altas ondas bebe.

Cada corto momento es paso largo
que doy a mi pesar en tal jornada,
pues parado y durmiendo siempre aguijo.

Corto suspiro, último y amargo,
es la muerte forzosa y heredada;
mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XIX de Francisco de Quevedo

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soneto: Salmo XIX de Francisco de Quevedo
¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!

Ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.

¡Oh mortal condición! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!

Cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.
poema de Francisco de Quevedo

jueves, 12 de marzo de 2009

Salmo XXI de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo XXI de Francisco de Quevedo
Las Aves que, rompiendo el seno a Eolo,
vuelan campos Diáfanos ligeras;
moradoras del Bosque, incultas fieras,
sujetó tu piedad al hombre sólo.

La Hermosa lumbre del lozano Apolo
y el grande cerco de las once esferas
le sujetaste, haciendo en mil maneras
círculo firme en contrapuesto Polo.

Los elementos que dejaste asidos
con un brazo de Paz y otro de guerra,
la negra habitación del hondo abismo,

todo lo sujetaste a sus sentidos;
sujetaste al hombre Tú en la tierra,
y huye de sujetarse él a sí mismo.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XXII de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo XXII de Francisco de Quevedo
Pues le quieres hacer el monumento
en mis entrañas a tu cuerpo amado,
limpia, suma limpieza, de pecado,
por tu gloria y mi bien, el aposento.

Si no, retratarás tu nacimiento,
pues entrado en mi pecho disfrazado,
te verán en Pesebre acompañado
de brutos Apetitos que en mí siento.

Hoy te entierras en mí con propia mano,
que soy sepulcro, aunque a tu ser estrecho,
indigno de tu cuerpo soberano.

Tierra te cubre en mí, de tierra hecho;
la conciencia me presta su gusano;
mármol para cubrirte dé mi pecho.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XXIII de Francisco de Quevedo

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poema: Salmo XXIII de Francisco de Quevedo
¿Alégrate, Señor, el Ruido ronco
deste Recibimiento que miramos?
Pues mira que hoy, mi Dios, te dan los Ramos
por darte el Viernes más desnudo el tronco.

Hoy te reciben con los Ramos bellos;
aplauso sospechoso, si se advierte;
pues de aquí a poco, para darte muerte,
te irán con armas a buscar entre ellos.

Y porque la malicia más se arguya
de nación a su Propio Rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.
poema de Francisco de Quevedo

Salmo XXVI de Francisco de Quevedo

By
poema: Salmo XXVI de Francisco de Quevedo
Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;

Después de tantos gustos mal logrados
y tantas Justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,

Sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.

Y vengo a conocer que en el contento
del mundo, compra el Alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.
soneto de Francisco de Quevedo

Signifícase la propia brevedad de la vida -Francisco de Quevedo

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soneto: Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte - Francisco de Quevedo
Fue sueño ayer; mañana será tierra.
Poco antes, nada; y poco después, humo.
Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra.

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.
soneto de Francisco de Quevedo

miércoles, 11 de marzo de 2009

Águila que dio tal vuelo - Gil Vicente

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poema: Águila que dio tal vuelo de Gil Vicente
Águila que dio tal vuelo,
también volará al cielo.

Águila del bel volar
voló la tierra y la mar;
pues tan alto fue a posar
de un vuelo,
también volará al cielo.

Águila una, señora,
muy graciosa, voladera,
si más alto bien hobiera
en el suelo,
todo llevara de vuelo.

Voló el águila real
al trono imperial,
porque le era natural
sólo de un vuelo
sobirse al más alto cielo.
poema de Gil Vicente

Consuelo, vete con Dios - Gil Vicente

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poema: Consuelo, vete con Dios de Gil Vicente
Consuelo, vete con Dios.

Pues ves la vida que sigo,
¡no pierdas tiempo comigo!

Consuelo mal empleado,
no consueles mi tristura:
¡vete a quien tiene ventura,
y deja el desventurado!

No quiero ser consolado,
antes me pesa contigo,
¡no pierdas tiempo comigo!

Bien quiere el viejo,
ay madre mía,
bien quiere el viejo
a la niña.
poema de Gil Vicente

¿Cuál es la niña? de Gil Vicente

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poema: ¿Cuál es la niña? de Gil Vicente
¿Cuál es la niña
que coge las flores
si no tiene amores?

Cogía la niña
la rosa florida.

El hortelanico
prendas le pedía,
si no tiene amores.
poema de Gil Vicente

Del rosal vengo de Gil Vicente

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poema: Del rosal vengo de Gil Vicente
Del rosal vengo, mi madre,
vengo del rosal.

A riberas de aquel vado
viera estar rosal granado:
vengo del rosale.

A riberas de aquel río
viera estar rosal florido:
vengo del rosale.

Viera estar rosal florido,
cogí rosas con sospiro:
vengo del rosale.

Del rosal vengo, mi madre,
vengo del rosale.
poema de Gil Vicente

Dicen que me case yo - Gil Vicente

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poema: Dicen que me case yo de Gil Vicente
Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

Mas quiero vivir segura
nesta sierra a mi soltura,
que no estar en ventura
si casaré bien o no.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

Madre, no seré casada
por no ver vida cansada,
o quizá mal empleada
la gracia que Dios me dio.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.

No será ni es nacido
tal para ser mi marido;
y pues que tengo sabido
que la flor yo me la só.

Dicen que me case yo:
no quiero marido, no.
poema de Gil Vicente

El que quisiere apurarse - Gil Vicente

By
poema: El que quisiere apurarse de Gil Vicente
El que quisiere apurarse,
véngase muy sin temor
a la fragua del Amor.

Todo oro que se afina
es de más fina valía,
porque tiene mejoría
de cuando estaba en la mina.

Ansí se apura y refina
el hombre y cobra valor
en la fragua del Amor.

El fuego vivo y ardiente
mejor apura el metal,
y cuanto más, mejor sal,
más claro y más excelente.

Ansí el vivir presente
se para mucho mejor
en la fragua del Amor.

Cuanto persona más alta
se debe querer más fina,
porque es de más fina mina
donde no se espera falta.

Mas tal oro no se esmalta
ni cobra rica color
sin la fragua del Amor.
poema de Gil Vicente

domingo, 8 de marzo de 2009

En la huerta nace la rosa - Gil Vicente

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poema: En la huerta nace la rosa de Gil Vicente
En la huerta nasce la rosa:
quiérome ir allá
por mirar al ruiseñor cómo cantavá.

Por las riberas del río
limones coge la virgo.

Quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantavá.

Limones cogía la virgo
para dar al su amigo.

Quiérome ir allá,
para ver al ruiseñor
cómo cantavá.

Para dar al su amigo
en un sombrero de sirgo.

Quiérome ir allá,
por mirar al ruiseñor
cómo cantavá.
poema de Gil Vicente

Halcón que se atreve - Gil Vicente

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poema: Halcón que se atreve de Gil Vicente
Halcón que se atreve
con garza guerrera,
peligros espera.

Halcón que se vuela
con garza a porfía
cazarla quería
y no la recela.

Mas quien no se vela
de garza guerrera,
peligros espera.

La caza de amor
es de altanería:
trabajos de día,
de noche dolor.

Halcón cazador
con garza tan fiera,
peligros espera.
poema de Gil Vicente

Mal aya quien los embuelve - Gil Vicente

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poema: Mal aya quien los embuelve de Gil Vicente
¡Mal aya quien los embuelve,
los mis amores!,
¡mal aya quien los embuelve!

Los mis amores primeros
en Sevilla quedan presos.

Los mis amores,
¡mal aya quien los embuelve!

En Sevilla quedan presos
por cordón de mis cabellos.

Los mis amores,
¡mal aya quien los embuelve!

Los mis amores tempranos
en Sevilla quedan ambos.

Los mis amores,
¡mal aya quien los embuelve!

En Sevilla quedan ambos,
sobre ellos armavan bandos.

Los mis amores,
¡mal aya quien los embuelve!
poema de Gil Vicente

Mal ferida iva la garça enamorada - Gil Vicente

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poema: Mal ferida iva la garça enamorada de Gil Vicente
Mal ferida iva la garça
enamorada;
sola va y gritos daba.

A las orillas de un río
la garça tenía el nido,
ballestero la ha herido
en el alma;
sola va y gritos daba.
poema de Gil Vicente

Por Mayo era, por Mayo - Gil Vicente

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poema: Por Mayo era, por Mayo de Gil Vicente
Por Mayo era, por Mayo,
ocho días por andar,
el Ifante don Felipe
nació en Évora ciudad.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las aguas del mar!

El Ifante don Felipe
nació en Évora ciudad;
no nació en noche escura
ni tampoco por lunar.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las ondas del Mar!

No nació en noche escura
ni tampoco per lunar,
nació cuando el sol decrina
sus rayos sobre la mar.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las aguas del mar!

Nació cuando el sol decrina
sus rayos sobre la mar,
en un día de domingo,
domingo pera notar.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las ondas del mar!

En un día de domingo,
domingo pera notar,
cuando las aves cantaban
cada una su cantar.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como la tierra y la mar!

Cuando las aves cantaban
cada una su cantar,
cuando los árboles verdes
sus frutos quieren pintar.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las aguas del mar!

Cuando los árboles verdes
sus frutos quieren pintar,
alumbró Dios a la Reina
con su fruto natural.

¡Huhá!, ¡huhá!

¡Viva el Ifante, el Rey y la Reina,
como las aguas del mar!
poema de Gil Vicente

sábado, 7 de marzo de 2009

¡Sañosa, está la niña! de Gil Vicente

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poema: ¡Sañosa, está la niña! de Gil Vicente

¡Sañosa está la niña!

¡Ay Dios! ¿quién le hablaría?

En la sierra anda la niña
su ganado a repastar,
hermosa como las flores,
sañosa como la mar.

Sañosa como la mar
está la niña.

¡Ay Dios! ¿quién le hablaría?
poema de Gil Vicente

A la Virgen de Gil Vicente

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poema: A la Virgen de Gil Vicente

Muy graciosa es la doncella,
¡cómo es bella y hermosa!
Digas tú, el marinero
que en las naves vivías,
si la nave o la vela o la estrella,
es tan bella.
Digas tú, el caballero
que las armas vestías,
si el caballo, o las armas, o la guerra,
estan bella.
Digas tú , el pastorcico
qu el ganadico guardas,
si el ganado, o los valles, o la sierra,
es tan bella.

poema de Gil Vicente

Canción de cuna al niño Jesús - Gil Vicente

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poema: Canción de cuna al niño Jesús de Gil Vicente

Ro, ro, ro
nuestro Dios y redentor,
¡no lloréis que dais dolor
a la Virgen que os parió!
Ro, ro, ro.
Niño hijo de Dios Padre,
Padre de todas las cosas,
cesen las lágrimas vuesas;
no llorará vuestra madre,
pues sin dolor os parió:
Ro, ro, ro
¡No le deis vos pena, no!
¡Ora niño: ro, ro, ro!
Nuestro Dios y redentor,
¡no lloréis que daís dolor
a la Virgen que os parió!
Ro, ro, ro.

poema de Gil Vicente

La caza del amor de Gil Vicente

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poema: La caza del amor de Gil Vicente

Halcón que se atreve
con garza guerrera,
peligros espera.
Halcón que se vuela
con garza a porfía,
cazarla quería
y no la recela.
Mas quien no se vela
de garza guerrera,
peligros espera.
La caza de amor
es de altanería:
trabajos de día,
denoche dolor.
Halcón cazador
con garza tan fiera,
peligros espera.

poema de Gil Vicente

Los mis amores de Gil Vicente

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poema: Los mis amores de Gil Vicente

¡Malhaya quien los envuelve
los mis amores
malhaya quien los envuelve!
Los mis amores primeros
en Sevilla quedan presos,
los mis amores
¡malhaya quien los envuelve!
En Sevilla quedan presos,
por cordón de mis cabellos,
los mis amores,
¡malhaya quien los envuelve!
En Sevilla quedan ambos
los mis amores
¡malhaya quien los envuelve!
En Sevilla quedan ambos,
sobre ellos armaban bandos,
los mis amores
¡malhaya quien los envuelve!

poema de Gil Vicente

viernes, 6 de marzo de 2009

Fresca, lozana, pura y olorosa - José de Espronceda

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poema: Fresca, lozana, pura y olorosa de José de Espronceda

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

Mas si el ardiente sol lumbre enojosa
vibra del can en llamas encendido,
el dulce aroma y el color perdido,
sus hojas lleva el aura presurosa.

Así brilló un momento mi vena
en alas del amor, y hermosa nube
fingí tal vez de gloria y de alegría.

Mas ¡ay! que el bien trocóse en amargura,
y deshojada por los aires sube
la dulce flor de la esperanza mía.

poema de José de Espronceda

A un ruiseñor - José de Espronceda

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poema: A un ruiseñor de José de Espronceda

Canta en la noche, canta en la mañana,
ruiseñor, en el bosque tus amores;
canta, que llorará cuando tú llores
el alba perlas en la flor temprana.

Teñido el cielo de amaranto y grana,
la brisa de la tarde entre las flores
suspirará también a los rigores
de tu amor triste y tu esperanza vana.

Y en la noche serena, al puro rayo
de la callada luna, tus cantares
los ecos sonarán del bosque umbrío;

y vertiendo dulcísimo desmayo
cual bálsamo suave en mis pesares,
endulzará tu acento el llanto mío.

poema de José de Espronceda

A la muerte de Torrijos y sus compañeros - José de Espronceda

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poema: A la muerte de Torrijos y sus compañeros de José de Espronceda

Helos allí: junto a la mar bravía
cadáveres están ¡ay! los que fueron
honra del libre, y con su muerte dieron
almas al cielo, a España nombradía.

Ansia de patria y libertad henchía
sus nobles pechos que jamás temieron,
y las costas de Málaga los vieron
cual sol de gloria en desdichado día.

Españoles, llorad; mas vuestro llanto
lágrimas de dolor y sangre sean,
sangre que ahogue a siervos y opresores,

y los viles tiranos con espanto
siempre delante amenazando vean
alzarse sus espectros vengadores.

poema de José de Espronceda

A *** dedicándole estas poesías - José de Espronceda

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poema: A *** dedicándole estas poesías de José de Espronceda

Marchitas ya las juveniles flores,
Nublado el sol de la esperanza mía,
Hora tras hora cuento y mi agonía
Crecen y mi ansiedad y mis dolores.

Sobre terso cristal ricos colores,
Pinta alegre tal vez mi fantasía,
Cuando la triste realidad sombría
Mancha el cristal y empaña sus fulgores.

Los ojos vuelvo en incesante anhelo,
Y gira entorno indiferente el mundo,
Y entorno gira indiferente el cielo.

A ti las quejas de mi mal profundo,
Hermosa sin ventura, yo te envío:
Mis versos son tu corazón y el mío.

poema de José de Espronceda

A la noche - José de Espronceda

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poema: A la noche de José de Espronceda
Salve, oh tú, noche serena,
Que al mundo velas augusta,
Y los pesares de un triste
Con tu oscuridad endulzas.

El arroyuelo a lo lejos
Más acallado murmura,
Y entre las ramas el aura
Eco armonioso susurra.

Se cubre el monte de sombras
Que las praderas anublan,
Y las estrellas apenas
Con trémula luz alumbran.

Melancólico rüido
Del mar las olas murmuran,
Y fatuos, rápidos fuegos
Entre sus aguas fluctúan.

El majestüoso río
Sus claras ondas enluta,
Y los colores del campo
Se ven en sombra confusa.

Al aprisco sus ovejas
Lleva el pastor con presura,
Y el labrador impaciente
Los pesados bueyes punza.

En sus hogares le esperan
Su esposa y prole robusta,
Parca cena, preparada
Sin sobresalto ni angustia.

Todos süave reposo
En tu calma, ¡oh noche!, buscan,
Y aun las lágrimas tus sueños
Al desventurado enjugan.
¡Oh qué silencio! ¡Oh qué grata
Oscuridad y tristura!
¡Cómo el alma contemplaros
En sí recogida gusta!

Del mustio agorero búho
El ronco graznar se escucha,
Que el magnífico reposo
Interrumpe de las tumbas.

Allá en la elevada torre
Lánguida lámpara alumbra,
Y en derredor negras sombras,
Agitándose, circulan.

Mas ya el pértigo de plata
Muestra naciente la luna,
Y las cimas del otero
De cándida luz inunda.

Con majestad se adelanta
Y las estrellas ofusca,
Y el azul del alto cielo
Reverbera en lumbre pura.

Deslízase manso el río
Y su luz trémula ondula
En sus aguas retratada,
Que, terso espejo, relumbran.

Al blando batir del remo
Dulces cantares se escuchan
Del pescador, y su barco
Al plácido rayo cruza.

El ruiseñor a su esposa
Con vario cántico arrulla,
Y en la calma de los bosques
Dice él solo sus ternuras.

Tal vez de algún caserío
Se ve subir en confusas
Ondas el humo, y por ellas
Entreclarear la luna.

Por el espeso ramaje
Penetrar sus rayos dudan,
Y las hojas que los quiebran,
Hacen que tímidos luzcan.

Ora la brisa süave
Entre las flores susurra,
Y de sus gratos aromas
El ancho campo perfuma.

Ora acaso en la montaña
Eco sonoro modula
Algún lánguido sonido,
Que otro a imitar se apresura.

Silencio, plácida calma
A algún murmullo se juntan
Tal vez, haciendo más grata
La faz de la noche augusta.

¡Oh! salve, amiga del triste,
Con blando bálsamo endulza
Los pesares de mi pecho,
Que en ti su consuelo buscan.

poema de José de Espronceda

Serenata de José de Espronceda

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poema: Serenata de José de Espronceda

Delio a las rejas de Elisa
Le canta en noche serena
Sus amores.

Raya la luna, y la brisa
Al pasar plácida suena
Por las flores.

Y al eco que va formando
El arroyuelo saltando
Tan sonoro,

Le dice Delio a su hermosa
En cantilena amorosa:
«Yo te adoro».

En el regazo adormida
Del blando sueño, presentes
Mil delicias,

En tu ilusión embebida,
Feliz te finges, y sientes
Mis caricias.

Y en la noche silenciosa
Por la pradera espaciosa
Blando coro

Forman, diciendo a mi acento,
El arroyuelo y el viento:
«Yo te adoro».

En derredor de tu frente
Leve soplo vuela apenas
Muy callado,

Y allí esparcido se siente
Dulce aroma de azucenas
Regalado,

Que en fragancia deleitosa
Vuela también a la diosa
Que enamoro,

El eco grato que suena
Oyendo mi cantilena:
«Yo te adoro».

Del fondo del pecho mío
Vuela a ti suspiro tierno
con mi acento;

En él, mi Elisa, te envío
El fuego de amor eterno,
Que yo siento.

Por él, mi adorada hermosa,
Por esos labios de rosa
De ti imploro

Que le escuches con ternura,
Y le oirás cómo murmura:
«Yo te adoro».

Despierta y el lecho deja:
No prive el sueño tirano
De tu risa

A Delio, que está a tu reja,
Y espera ansioso tu mano,
Bella Elisa.

Despierta, que ya pasaron
Las horas que nos costaron
Tanto lloro;

Sal, que gentil enramada
Dice a tu puerta enlazada:
«Yo te adoro».

poema de José de Espronceda

Óscar y Malvina de José de Espronceda

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poema: Óscar y Malvina de José de Espronceda

Imitación del estilo de Ossián
(A tale of the times of old)
LA DESPEDIDA
Magnífico Morvén, se alza tu frente
De sempiterna nieve coronada;
Al hondo valle bramador torrente
De tu cumbre enriscada
Se derrumba con ímpetu sonante,
Y zumba allá distante.
La lira de Ossián resonó un día
En tu breñosa cumbre:
Tierna melancolía
Vertió en la soledad, y repetiste
Su acento de dolor lánguido y dulce,
Como el recuerdo del amante triste
De su amada en la tumba.
El eco de su voz clamando guerra
Al rumor del torrente parecía,
Que en silencio retumba.
Aun figuro tal vez que las montañas
De nuevo esperan resonar su acento,
Cual muda la ribera
De las olas que tornan,
El ronco estruendo y el embate espera.
¿Dónde estás, Ossián? ¿En los palacios
De las nubes agitas la tormenta,
O en el collado gira allá en la noche
Vagorosa tu sombra macilenta?
Siento tierno quejido,
Y oigo el nombre de Óscar y de Malvina
Del aura entre el rüido,
Si el alta copa del ciprés inclina;
Y al resonar el hijo de la roca,
Cuando su voz se pierde
Cual la luz de la luna entre la niebla,
Mi mente se figura
Que escucho tus acentos de dulzura.
Miro el alcázar de Fingal cubierto
De innoble musgo y yerba,
Y en silencio profundo sepultado
Como la noche el mar, el viento en calma.
¿Do las armas están? ¿Dónde el sonido
Del escudo batido?
¿Do de Carril la lira delicada,
Las fiestas de las conchas y tu llanto,
Moina desconsolada?
Blando el eco repite
Segunda vez el nombre de Malvina
Y el de su dulce Óscar: tiernos se amaron,
Gime en su losa de la noche el viento,
Y repite sus nombres que pasaron.
Óscar de negros ojos, en las paces
Dulce su corazón como los rayos
Del astro bello precursor del día,
Y fiero en la batalla de la lanza,
A la suya seguía
La muerte que vibraba su pujanza.
Llamó al héroe la guerra
Que el tirano Cairvar fiero traía,
Y su Malvina hermosa
Tierno llanto vertiendo le decía:
«¿Dónde marchas, Óscar? Sobre las rocas,
Donde braman los vientos,
Me mirarán llorar mis compañeras:
No más fatigaré vibrando el arco
Por el monte las fieras,
Ni a ti cansado de la ardiente caza
Te esperaré cuidosa,
Ni oiré ya más la voz de tus amores,
Ni mi alma estará nunca gozosa.
'¿En dónde está mi Óscar?' a los guerreros
Preguntaré anhelante,
Y ellos pasando junto a mí ligeros
Responderán: '¡Murió!'». Dice, y expira
En sollozos su acento más süave
Que del arpa el sonido,
al vislumbrar la luna
En solitario bosque y escondido.
«Destierra ese temor, Malvina mía
-Óscar responde con fingido aliento-;
Muchos los héroes son que Fingal manda:
Caiga el Fiero Cairvar y yo perezca,
Si es forzoso también; mas tú, Malvina,
Bella como la edad de la inocencia,
Vive, que ya destina
Himnos el barco a eternizar mi gloria.
Mis hazañas oirás y entre las nubes
Yo sonreiré feliz, y vagaroso
Allá en la noche fría
Bajaré a tu mansión; verás mi sombra
Al triste rayo de la luna umbría».
Y dice y se desprende de los brazos
De su infeliz Malvina;
A pasos rapidísimos avanza,
Y a la llama oscilante
De las hogueras del extenso campo
Brillar se ven sus armas cual radiante,
Rápida exhalación. Yace en silencio
El campamento todo,
Y sólo al eco repetir se siente
El crujir al andar de su armadura
Y el blando susurrar del manso ambiente.
Cual por nubes la luna silenciosa
Su luz quebrada envía
Trémula sobre el mar que la retrata,
Que ora se ve brillar, ora perdida
Pardo vellón de nube la arrebata,
Cielo y tierra en tinieblas sepultando;
Así a veces Óscar brilla y se pierde,
La selva atravesando.



EL COMBATE
Cairvar yace dormido
Y tiene junto a sí lanza y escudo,
Y relumbra su yelmo
Claro a la llamarada reluciente
De un tronco carcomido,
Casi despojo de la llama ardiente,
Mitad de él a cenizas reducido.
«Levántate, Cairvar -Óscar le grita-;
Cual hórrida tormenta
Eres tú de temer, mas yo no tiemblo:
Desprecio tu arrogancia y osadía;
La lanza apresta y el escudo embraza,
Álzate pues, que Óscar te desafía.»
Cual en noche serena
Súbito amenazante, inmensa nube
La turbulenta mar de espanto llena,
Se levanta Cairvar, alto cual roca
De endurecido hielo.
«¿Quién osa del valiente
-En voz tronante grita-
Ora turbar el sueño, y quién irrita
La cólera a Cairvar armipotente?»
«Vigoroso es tu brazo en la pelea,
Rey de la mar de aurirrolladas olas
-Óscar de negros ojos le responde-,
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hará ceder tu indómita pujanza.»
Como el furor del viento proceloso
Ondas con ondas con bramido horrendo
Estrella impetuoso,
Los guerreros ardiendo se arremeten
Y fieros se acometen.
Chispea el hierro, la armadura suena:
Al rumor de los golpes gime el viento,
Y su son, dilatándose violento,
Al ronco monte atruena.
Cayó Cairvar como robusto tronco
Que tumba el leñador al golpe rudo
De hendiente hacha pesada,
Y cayó derribada
Su soberbia fiereza,
Y su insolente orgullo y aspereza.
Mas ¡ay! que moribundo
Óscar yace también: ¡triste Malvina!
Aún no los bellos ojos apartaste
Del bosque aquel que le ocultó a tu vista,
Y del último adiós aún no enjugaste
Las lágrimas hermosas,
Tú más dulce a tu Óscar que las sabrosas
Auras de la mañana,
Siempre sola estarás; si entre las selvas
Pirámide de hielo
Reverbera a la luna,
En tu ilusión dichosa
Figurarás tu amante,
Pensando ver su cota fulgurosa;
Pasará tu delirio
Y verterás al llanto de amargura
Sola y desconsolada...
«¡Ay! ¡Óscar pereció!», gemirá el viento
Al romper la alborada,
Y al ocultar el sol la sombra oscura
De la noche callada.
poema de José de Espronceda

La desesperación - José de Espronceda

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poema: La desesperación de José de Espronceda

Me gusta ver el cielo
con negros nubarrones
y oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.

Me agrada un cementerio
de muertos bien relleno,
manando sangre y cieno
que impida el respirar,
y allí un sepulturero
de tétrica mirada
con mano despiadada
los cráneos machacar.

Me alegra ver la bomba
caer mansa del cielo,
e inmóvil en el suelo,
sin mecha al parecer,
y luego embravecida
que estalla y que se agita
y rayos mil vomita
y muertos por doquier.

Que el trueno me despierte
con su ronco estampido,
y al mundo adormecido
le haga estremecer,
que rayos cada instante
caigan sobre él sin cuento,
que se hunda el firmamento
me agrada mucho ver.

La llama de un incendio
que corra devorando
y muertos apilando
quisiera yo encender;
tostarse allí un anciano,
volverse todo tea,
y oír como chirrea
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Me gusta una campiña
de nieve tapizada,
de flores despojada,
sin fruto, sin verdor,
ni pájaros que canten,
ni sol haya que alumbre
y sólo se vislumbre
la muerte en derredor.

Allá, en sombrío monte,
solar desmantelado,
me place en sumo grado
la luna al reflejar,
moverse las veletas
con áspero chirrido
igual al alarido
que anuncia el expirar.

Me gusta que al Averno
lleven a los mortales
y allí todos los males
les hagan padecer;
les abran las entrañas,
les rasguen los tendones,
rompan los corazones
sin de ayes caso hacer.

Insólita avenida
que inunda fértil vega,
de cumbre en cumbre llega,
y arrasa por doquier;
se lleva los ganados
y las vides sin pausa,
y estragos miles causa,
¡qué gusto!, ¡qué placer!

Las voces y las risas,
el juego, las botellas,
en torno de las bellas
alegres apurar;
y en sus lascivas bocas,
con voluptuoso halago,
un beso a cada trago
alegres estampar.

Romper después las copas,
los platos, las barajas,
y abiertas las navajas,
buscando el corazón;
oír luego los brindis
mezclados con quejidos
que lanzan los heridos
en llanto y confusión.

Me alegra oír al uno
pedir a voces vino,
mientras que su vecino
se cae en un rincón;
y que otros ya borrachos,
en trino desusado,
cantan al dios vendado
impúdica canción.

Me agradan las queridas
tendidas en los lechos,
sin chales en los pechos
y flojo el cinturón,
mostrando sus encantos,
sin orden el cabello,
al aire el muslo bello...
¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!

poema de José de Espronceda

Himno al dos de mayo - José de Espronceda

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poema: Himno al dos de mayo de José de Espronceda

¡Oh! ¡Es el pueblo! ¡Es el pueblo! Cual las olas
del hondo mar, alboratado brama;
las esplendentes glorias españolas,
su antigua prez, su independencia aclama.

Hombres, mujeres vuelan al combate;
el volcán de sus iras estalló:
sin armas van, pero en sus pechos late
un corazón colérico español.

La frente coronada de laureles,
con el botín de la vencisa Europa,
con sangre hasta las cinchas los corceles
en cien campañas, veterana tropa,

los que el rápido Volga ensangrentaron,
los que humillaron a sus pies naciones,
sobre las pirámides pasaron
al galope veloz de sus bridones,

a eterna lucha, a desigual batalla,
Madrid provoca en su encendida ira,
su pueblo inerme allí entre la metralla
y entre los sables reluchando gira.

Graba en su frente luminosa huella
la lumbre que destella el corazón;
y a parar con sus pechos se atropella
el rayo del mortífero cañón.

¡Oh de sangre y valor glorioso día!
Mis padres cuando niño me contaron
sus hechos ¡ay! y en la memoria mía
santo recuerdo de virtud quedaron!!

"Entonces indignados, me decían,
cayó el cetro español pedazos hecho;
por precio vil a extraños nos vendían,
desde el de CARLOS profanando lecho.

La corte del monarca disoluta,
prosternada a las plantas de un privado,
sobre el seno de impura prostituta,
al trono de los reyes ensalzado.

Sobre coronas, tronos y tiaras,
su orgullo solo, y su capricho ley,
hordas, de snagre y de conquista avaras,
cada soldado un absoluto rey,

fijo en España el ojo centelleante,
el Pirene a salvar pronto el bridón,
al rey de reyes, al audaz gigante,
ciegos ensalzan, siguen en montón".

Y vosotros, ¿qué hicistéis entre tanto,
los de espíritu flaco y alta cuna?
Derramar como hembras débil llanto
o adular bajamente a la fortuna;

buscar tras la extranjera bayoneta
seguro a vuestras vidas y muralla,
y siervos viles, a la plebe inquieta,
con baja lengua apellidar canalla.

¡Canalla, sí, vosotros los traidores,
los que negáis al entusiasmo ardiente,
su gloria, y nunca vistéis los fulgores
con que ilumina la inspirada frente!

¡Canalla, sí, los que en la lid, alarde
hicieron de su infame villanía,
disfrazando su espíritu cobarde
con la sana razón segura y fría!

¡Oh! la canalla, la canalla en tanto,
arrojó el grito de venganza y guerra,
y arrebatada en su entusiasmo santo,
quebrantó las cadenas de la tierra:

Del centro de sus reyes los pedazos
del suelo ensangrentado recogía,
y un nuevo trono en sus robustos brazos
levantando a su príncipe ofrecía.

Brilla el puñal en la irritada mano,
huye el cobarde y el traidor se esconde;
truena el cañón y el grito castellano
de INDEPENDENCIA y LIBERTAD responde.

¡Héroes de mayo, levantad las frentes!
Sonó la hora y la venganza espera:
Id y hartad vuestra sed en los torrentes
de sangre de Bailén y Talavera.

Id, saludad los héroes de Gerona,
alzad con ellos el radiante vuelo,
y a los de Zaragoza alta corona
ceñid que aumente el esplendor del cielo.

Mas ¡ay! ¿por qué cuando los ojos brotan
lágrimas de entusiasmo y de alegría,
y el alma atropellados alborotan
tantos recuerdos de honra y valentía,

negra nube en el alma se levanta,
que turba y oscurece los sentidos,
fiero dolor el corazón quebrante,
y se ahoga la voz entre gemidos?

¡Oh levantad la frente carcomida,
mártires de la gloria,
que aún arde en ella y con eterna vida,
la luz de la victoria!

¡Oh levantadla del eterno sueño,
y con los huecos de los ojos fijos,
contemplad una vez con torvo ceño
la verguenza y baldón de vuestros hijos!

Quizá en vosotros, donde el fuego arde
del castellano honor, aun sobre vida
para alentar el corazón cobarde,
y abrasar esta tierra envilecida.

¡Ay! ¿Cuál fue el galardón de vuestro celo,
de tanta sangre y bárbaro quebranto,
de tan heroica lucha y tanto anhelo,
tanta virtud y sacrificio tanto?

El trono que erigió vuestra bravura,
sobre huesos de héroes cimentado,
un rey ingrato, de memoria impura,
con eterno baldón dejó manchado.

¡Ay! Para erir la libertad sagrada,
el príncipe, borrón de nuestra historia,
lamó en su auxilio la francesa espada,
que segase el laurel de vuestra gloria.

Y vuestros hijos de la muerte huyeron,
y esa sagrada tumba abandonaron,
hollarla ¡oh Dios! a los franceses vieron
y hollarla a los franceses les dejaron.

Como la mar tempestuosa ruge,
la losa al choque de los cráneos duros
tronó y se alzó con indignado empuje,
del galo audaz bajo los pies impuros.

Y aún hoy hélos allí que su semblante
con hipócrita máscara cubrieron,
y a LUIS PELIPE en muestra suplicante,
ambos brazos imbéciles tendieron.

La vil palabra ¡intervención! gritaron
y del rey mercader la reclamaban;
de vuestros timbres sin honor mofaron
mientras en su impudor se encenagaban.

Tumba vosotros sois de vuestra gloria,
de la antigua hidalguía,
del castellano honor que en la memoria
sólo nos queda hoy día.

Hoy esa raza, degradada, espuria,
pobre nación, que esclavizarte anhela,
busca también por renovar tu injuria
de extranjeros monarcas la tutela.

Verted juntando las dolientes manos
lágrimas ¡ay! que escalden la mejilla;
mares de eterno llanto, castellanos,
no bastan a borrar nuestra mancilla.

Llorad como mujeres, vuestra lengua
no osa lanzar el grito de venganza;
apáticos vivís en tanta mengua
y os cansa el brazo el peso de la lanza.

¡Oh! en el dolor inmenso que me inspira,
el pueblo entorno avergonzado calle;
y estallando las cuerdas de mi lira,
roto también, mi corazón estalle.
poema de José de Espronceda

¡Guerra! - José de Espronceda

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Apoteosis de la Guerra
poema: ¡Guerra! de José de Espronceda

¿Oís? Es el cañón. Mi pecho hirviendo
El cántico de guerra entonará,
Y al eco ronco del cañón venciendo,
La lira del poeta sonará.

El pueblo ved que la orgullosa frente
Levanta ya del polvo en que yacía,
Arrogante en valor, omnipotente,
Terror de la insolente tiranía.

Rumor de voces siento,
Y al aire miro deslumbrar espadas,
Y desplegar banderas;
Y retumban al son las escarpadas
Rocas del Pirineo;
Y retiemblan los muros
De la opulenta Cádiz, y el deseo
Crece en los pechos de vencer lidiando,
Brilla en los rostros el marcial contento,
Y donde quiera el generoso acento
Se alza de patria y libertad tronando.

Al grito de la patria
Volemos, compañeros,
Blandamos los aceros
Que intrépida nos da.
A par en nuestros brazos
Ufanos la ensalcemos
y al mundo proclamemos:
«España es libre ya.»

¡Mirad, mirad en sangre
Y lágrimas teñidos
Reír los forajidos,
Gozar en su dolor!
¡Oh! fin tan sólo ponga
Su muerte a la contienda,
Y cada golpe encienda
Aún más nuestro rencor.

¡Oh! siempre dulce patria
Al alma generosa;
¡Oh! ¡siempre portentosa
Magia de libertad!
Tus ínclitos pendones
Que el español tremola,
Un rayo tornasola
Del iris de la paz.

En medio del estruendo
Del bronce pavoroso,
Tu grito prodigioso
Se escucha resonar.
Tu grito que las almas
Inunda de alegría,
Tu nombre que a esa impía
Caterva hace temblar.

¿Quién hay ¡oh compañeros!
Que al bélico redoble
No sienta el pecho noble
Con júbilo latir?
Mirad centelleantes,
Cual nuncios ya de gloria,
Reflejos de victoria
Las armas despedir.

¡Al arma!, ¡al arma!, ¡mueran los carlistas!
Y al mar se lancen con bramido horrendo
De la infiel sangre caudalosos ríos,
Y atónito contemple el Oceano
Sus olas combatidas
Con la traidora sangre enrojecidas.

Truene el cañón: el cántico de guerra,
Pueblos ya libres, con placer alzad.
Ved, ya desciende a la oprimida tierra
Los hierros a romper, la libertad.

poema de José de Espronceda

Canción de Gil Polo

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Galatea en el mar
poema: Canción de Gil Polo

En el campo venturoso,
donde con clara corriente
Guadalavïar hermoso
dejando el suelo abundoso
da tributo al mar potente;
Galatea, desdeñosa
del dolor que a Licio daña,
iba alegre y bulliciosa
por la ribera arenosa
que el mar en sus ondas baña.
Entre la arena cogiendo
conchas y piedras pintadas,
muchos cantares diciendo
con el son del ronco estruendo
de las ondas alteradas.
Junto al agua se ponía,
y las ondas aguardaba,
y en verlas llegar huía;
pero a veces no podía
y el blanco pie se mojaba.
Licio, al cual en sufrimiento
amador ninguno iguala,
suspendió allí su tormento
mientras miraba el contento
de su pulida zagala.
Mas cotejando su mal
con el gozo que ella había
el fatigado zagal
con voz amarga y mortal
de esta manera decía:
- Ninfa hermosa, no te vea
jugar con el mar horrendo;
y aunque más placer te sea,
huye del mar, Galatea,
como estás de Licio huyendo.
Deja ahora de jugar,
que me es dolor importuno:
No me hagas más penar,
que en verte cerca del mar
tengo celos de Neptuno.
Causa mi triste cuidado
que a mi pensamiento crea:
porque ya está averiguado
que si no es tu enamorado
lo será cuando te vea.
Y está cierto, porque amor
sabe desde que me hirió,
que para pena mayor
me falta un competidor
más poderoso que yo.
Deja la seca ribera
do está el alga infructuosa:
Guarda que no salga afuera
alguna marina fiera
enroscada y escamosa.
Huye ya, y mira que siento
por ti dolores sobrados;
porque con doble tormento
celos me da tu contento
y tu peligro cuidados.
En verte regocijada
celos me hacen acordar
de Europa, ninfa preciada,
del toro blanco engañada
en la ribera del mar.
Y el ordinario cuidado
hace que piense contino
de aquel desdeñoso alnado,
orilla del mar arrastrado,
visto aquel monstruo marino.
Mas no veo en ti temor
de congoja y pena tanta;
que bien sé por mi dolor
que a quien no teme el amor
ningún peligro le espanta.
Guarte pues de un gran cuidado:
que el vengativo Cupido
viéndose menospreciado,
lo que no hace de grado,
suele hacerlo de ofendido.
Ven conmigo al bosque ameno,
y al apacible sombrío
de olorosas flores lleno,
do en el día más sereno
no es enojoso el Estío.
Si el agua te es placentera,
hay allí fuente tan bella
que para ser la primera
entre todas, sólo espera
que tú te laves en ella.
En aqueste raso suelo
a guardar tu hermosa cara
no basta sombrero o velo;
que estando al abierto cielo
el sol morena te para.
No escuches dulces concentos,
sino el espantoso estruendo
con que los bravosos vientos
con soberbios movimientos
van las aguas revolviendo.
Y tras la fortuna fiera
son las vistas más süaves
ver llegar a la ribera
la destrozada madera
de las anegadas naves.
Ven a la dulce floresta,
do natura no fue escasa:
donde haciendo alegre fiesta
la más calorosa siesta
con más deleite se pasa.
Huye los soberbios mares;
Ven, verás como cantamos
tan deleitosos cantares
que los más duros pesares
suspendemos y engañamos;
Y aunque quien pasa dolores,
amor le fuerza a cantarlos,
yo haré que los pastores
no digan cantos de amores,
porque huelgues de escucharlos.
Allí, por los bosques y prados,
podrás leer todas horas,
en mil robles señalados
los nombres más celebrados
de las ninfas y pastoras.
Más sérate cosa triste
ver tu nombre allí pintado,
en saber que escrita fuiste
por el que siempre tuviste
de tu memoria borrado.
Y aunque mucho estés airada,
no creo yo que te asombre
tanto el verte allí pintada,
como el ver que eres amada,
del que allí escribió tu nombre.
No ser querida y amar
fuera triste desplacer;
Mas ¿qué tormento o pesar
te puede, Ninfa, causar
ser querida y no querer?
Mas desprecia cuanto quieras
a tu pastor, Galatea;
sólo que en estas riberas
cerca de las ondas fieras
con mis ojos no te vea.
¿Qué pasatiempo mejor
orilla del mar puede hallarse
que escuchar el ruiseñor,
coger la olorosa flor
y en clara fuente lavarse?
Plugiera a Dios que gozaras
de nuestro campo y ribera,
y porque más lo preciaras,
ojalá tú lo probaras,
antes que yo lo dijera.
Porque cuanto alabo aquí
de su crédito lo quito;
Pues el contentarme a mí
bastará para que a tí
no te venga en apetito.-

Licio mucho más le hablara,
y tenía más que hablalle,
si ella no se lo estorbara,
que con desdeñosa cara
al triste dice que calle.
Volvió a sus juegos la fiera
y a sus llantos el pastor,
y de la misma manera
ella queda en la ribera,
y él en su mismo dolor.

poema de Gil Polo

jueves, 5 de marzo de 2009

El Verdugo - José de Espronceda

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El Verdugo
poema: El Verdugo de José de Espronceda

De los hombres lanzado al desprecio,
de su crimen la víctima fui,
y se evitan de odiarse a sí mismos,
fulminando sus odios en mí.
Y su rencor
al poner en mi mano, me hicieron
su vengador;
y se dijeron
«Que nuestra vergüenza común caiga en él;
se marque en su frente nuestra maldición;
su pan amasado con sangre y con hiel,
su escudo con armas de eterno baldón
sean la herencia
que legue al hijo,
el que maldijo
la sociedad.»
¡Y de mí huyeron,
de sus culpas el manto me echaron,
y mi llanto y mi voz escucharon
sin piedad!

Al que a muerte condena le ensalzan...
¿Quién al hombre del hombre hizo juez?
¿Que no es hombre ni siente el verdugo
imaginan los hombres tal vez?
¡Y ellos no ven
Que yo soy de la imagen divina
copia también!
Y cual dañina
fiera a que arrojan un triste animal
que ya entre sus dientes se siente crujir,
así a mí, instrumento del genio del mal,
me arrojan el hombre que traen a morir.
Y ellos son justos,
yo soy maldito;
yo sin delito
soy criminal:
mirad al hombre
que me paga una muerte; el dinero
me echa al suelo con rostro altanero,
¡a mí, su igual!

El tormento que quiebra los huesos
y del reo el histérico ¡ay!,
y el crujir de los nervios rompidos
bajo el golpe del hacha que cae,
son mi placer.
Y al rumor que en las piedras rodando
hace, al caer,
del triste saltando
la hirviente cabeza de sangre en un mar,
allí entre el bullicio del pueblo feroz
mi frente serena contemplan brillar,
tremenda, radiante con júbilo atroz
que de los hombres
en mí respira
toda la ira,
todo el rencor:
que a mí pasaron
la crueldad de sus almas impía,
y al cumplir su venganza y la mía
gozo en mi horror.

Ya más alto que el grande que altivo
con sus plantas hollara la ley
al verdugo los pueblos miraron,
y mecido en los hombros de un rey:
y en él se hartó,
embriagado de gozo aquel día
cuando espiró;
y su alegría
su esposa y sus hijos pudieron notar,
que en vez de la densa tiniebla de horror,
miraron la risa su labio amargar,
lanzando sus ojos fatal resplandor.
Que el verdugo
con su encono
sobre el trono
se asentó:
y aquel pueblo
que tan alto le alzara bramando,
otro rey de venganzas, temblando,
en él miró.

En mí vive la historia del mundo
que el destino con sangre escribió,
y en sus páginas rojas Dios mismo
mi figura imponente grabó.
La eternidad
ha tragado cien siglos y ciento,
y la maldad
su monumento
en mí todavía contempla existir;
y en vano es que el hombre do brota la luz
con viento de orgullo pretenda subir:
¡preside el verdugo los siglos aún!
Y cada gota
que me ensangrienta,
del hombre ostenta
un crimen más.
Y yo aún existo,
fiel recuerdo de edades pasadas,
a quien siguen cien sombras airadas
siempre detrás.

¡Oh! ¿por qué te ha engendrado el verdugo,
tú, hijo mío, tan puro y gentil?
En tu boca la gracia de un ángel
presta gracia a tu risa infantil.
!Ay!, tu candor,
tu inocencia, tu dulce hermosura
me inspira horror.
¡Oh!, ¿tu ternura,
mujer, a qué gastas con ese infeliz?
¡Oh!, muéstrate madre piadosa con él;
ahógale y piensa será así feliz.
¿Qué importa que el mundo te llame cruel?
¿mi vil oficio
querrás que siga,
que te maldiga
tal vez querrás?
¡Piensa que un día
al que hoy miras jugar inocente,
maldecido cual yo y delincuente
también verás!

poema de José de Espronceda

El reo de muerte - José de Espronceda

By

poema: El reo de muerte de José de Espronceda

¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

I

Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá,
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo,
y la enlutada capilla
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante,
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo;
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad:
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
¡Vino un recuerdo quizá!

Es un joven y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó:
El recuerdo es de la infancia,
¡Y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir,
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? resuena
una alegre cantinela
y una guitarra a la par,
y gritos y de botellas
que se chocan, el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.

Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.


Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.

Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a expirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar;

que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo placentero
entre sueños cuenta ya!
Tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso al levantar.

Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida.
Recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal;
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.

Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor del la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar.

Y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar.

poema de José de Espronceda

martes, 3 de marzo de 2009

El pescador de José de Espronceda

By
el pescador
poema: El pescador de José de Espronceda

Pescadorcita mía,
Desciende a la ribera,
Y escucha placentera
Mi cántico de amor;
Sentado en su barquilla,
Te canta su cuidado,
Cual nunca enamorado
Tu tierno pescador.

La noche el cielo encubre
Y acalla manso el viento,
Y el mar sin movimiento
También en calma está:
A mi batel desciende,
Mi dulce amada hermosa:
La noche tenebrosa
Tu faz alegrará.

Aquí apartados, solos,
Sin otros pescadores,
Suavísimos amores
Felice te diré,
Y en esos dulces labios
De rosas y claveles
El ámbar y las mieles
Que vierten libaré.

La mar adentro iremos,
En mi batel cantando
Al son del viento blando
Amores y placer;
Regalarete entonces
Mil varios pececillos
Que al verte, simplecillos,
De ti se harán prender.

De conchas y corales
Y nácar a tu frente
Guirnalda reluciente,
Mi bien, te ceñiré;
Y eterno amor mil veces
Jurándote, cumplida
En ti, mi dulce vida,
Mi dicha encontraré.

No el hondo mar te espante,
Ni el viento proceloso,
Que al ver tu rostro hermoso
Sus iras calmarán;
Y sílfidas y ondinas
Por reina de los mares
Con plácidos cantares
A par te aclamarán.

Ven ¡ay! a mi barquilla,
Completa mi fortuna;
Naciente ya a la luna
Refleja el ancho mar;
Sus mansas olas bate
Süave, leve brisa;
Ven ¡ay! mi dulce Elisa,
Mi pecho a consolar.

poema de José de Espronceda

El mendigo de José de Espronceda

By

poema: El mendigo de José de Espronceda

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

El palacio, la cabaña
Son mi asilo,
Si del ábrego el furor
Troncha el roble en la montaña,
O que inunda la campaña
El torrente asolador.

Y a la hoguera
Me hacen lado
Los pastores
Con amor,
Y sin pena
Y descuidado
De su cena
Ceno yo.
O en la rica
Chimenea,
Que recrea
Con su olor,
Me regalo
Codicioso
Del banquete
Suntüoso
Con las sobras
De un señor.

Y me digo: el viento brama,
Caiga furioso turbión;
Que al son que cruje de la seca leña,
Libre me duermo sin rencor ni amor.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Todos son mis bienhechores,
Y por todos
A Dios ruego con fervor;
De villanos y señores
Yo recibo los favores
Sin estima y sin amor.

Ni pregunto
Quiénes sean,
Ni me obligo
A agradecer;
Que mis rezos
Si desean,
Dar limosna
Es un deber.
Y es pecado
La riqueza,
La pobreza
Santidad;
Dios a veces
Es mendigo,
Y al avaro
Da castigo
Que le niegue
Caridad.

Yo soy pobre y se lastiman
Todos al verme plañir,
Sin ver son mías sus riquezas todas,
Que mina inagotable es el pedir.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Mal revuelto y andrajoso,
Entre harapos
Del lujo sátira soy,
Y con mi aspecto asqueroso
Me vengo del poderoso,
Y a donde va tras él voy.

Y a la hermosa
Que respira
Cien perfumes,
Gala, amor,
La persigo
Hasta que mira,
Y me gozo
Cuando aspira
Mi punzante
Mal olor.
Y las fiestas
Y el contento
Con mi acento
Turbo yo,
Y en la bulla
Y la alegría
Interrumpen
La armonía
Mis harapos
Y mi voz:

Mostrando cuán cerca habitan
El gozo y el padecer,
Que no hay placer sin lágrimas, ni pena
Que no transpire en el medio del placer.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
todos se ablandan si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

Y para mí no hay mañana,
Ni hay ayer;
Olvido el bien como el mal,
Nada me aflige ni afana;
Me es igual para mañana
Un palacio, un hospital.

Vivo ajeno
De memorias,
De cuidados
libre estoy;
Busquen otros
Oro y glorias,
Yo no pienso
Sino en hoy.
Y do quiera
Vayan leyes,
Quiten reyes,
Reyes den;
Yo soy pobre,
Y al mendigo,
Por el miedo
Del castigo,
Todos hacen
Siempre bien.

Y un asilo donde quiera
Y un lecho en el hospital
Siempre hallaré, y un hoyo donde caiga
Mi cuerpo miserable al espirar.

Mío es el mundo: como el aire libre,
Otros trabajan porque coma yo;
Todos se ablandan, si doliente pido
Una limosna por amor de Dios.

poema de José de Espronceda

Elegía: A la patria de José de Espronceda

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Elegía: A la patria de José de Espronceda

¡Cuán solitaria la nación que un día
Poblara inmensa gente,
La nación cuyo imperio se extendía
Del Ocaso al Oriente!
¡Lágrimas viertes, infeliz ahora,
Soberana del mundo,
Y nadie de tu faz encantadora
Borra el dolor profundo!
Oscuridad y luto tenebroso
En ti vertió la muerte,
Y en su furor el déspota sañoso
Se complació en tu suerte.
No perdonó lo hermoso, patria mía;
Cayó el joven guerrero,
Cayó el anciano, y la segur impía
Manejó placentero.
So la rabia cayó la virgen pura
Del déspota sombrío,
Como eclipsa la rosa su hermosura
En el sol del estío.
¡Oh vosotros, del mundo habitadores,
Contemplad mi tormento!
¿Igualarse podrán ¡ah! qué dolores
Al dolor que yo siento?
Yo desterrado de la patria mía,
De una patria que adoro,
Perdida miro su primer valía
Y sus desgracias lloro.
Hijos espúreos y el fatal tirano
Sus hijos han perdido,
Y en campo de dolor su fértil llano
Tienen ¡ay! convertido.
Tendió sus brazos la agitada España,
Sus hijos implorando;
Sus hijos fueron, mas traidora saña
Desbarató su bando.
¿Qué se hicieron tus muros torreados?
¡Oh mi patria querida!
¿Dónde fueron tus héroes esforzados,
Tu espada no vencida?
¡Ay! de tus hijos en la humilde frente
Está el rubor grabado;
A sus ojos caídos tristemente
El llanto está agolpado.
Un tiempo España fue: cien héroes fueron
En tiempos de ventura,
Y las naciones tímidas la vieron
Vistosa en hermosura.
Cual cedro que en el Líbano se ostenta,
Su frente se elevaba;
Como el trueno a la virgen amedrenta,
Su voz las aterraba.
Mas ora, como piedra en el desierto,
Yaces desamparada,
Y el justo desgraciado vaga incierto
Allá en tierra apartada.
Cubren su antigua pompa y poderío
Pobre yerba y arena,
Y el enemigo que tembló a su brío
Burla y goza en su pena.
Vírgenes, destrenzad la cabellera
Y dadla al vago viento;
Acompañad con arpa lastimera
Mi lúgubre lamento.
Desterrados, ¡oh Dios!, de nuestros lares,
Lloremos duelo tanto.
¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares?
¿Quién secará tu llanto?

poema de José Espronceda

El canto del cosaco de José de Espronceda

By
cosacos
poema: El canto del cosaco de José de Espronceda
Donde sienta mi caballo los pies
no vuelve a nacer yerba.

Atila

CORO

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda esplédido botín:
Sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

¡Hurra, a caballo hijos de la niebla!
Suelta la rienda a combatir volad:
¿Veis esas tierras fértiles? las puebla
gente opulenta, afeminada ya.

Casas, palacios, campos y jardines,
todo es hermoso y refulgente allí,
son sus hembras celestes, serafines,
su sol alumbra un cielo de zafir.

¡Hurra, cosacos del desierto...


Nuestros sean su oro y sus placeres,
gocemos de ese campo y ese sol;
son sus soldados menos que mujeres,
sus reyes viles mercaderes son.

Vedlos huir para esconder su oro,
vedlos cobardes lágrimas verter...
¡Hurra! volad, sus cuerpos, su tesoro
huellen nuestros caballos con sus pies.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Dictará allí nuestro capricho leyes,
nuestras casas alcázares serán,
los cetros y coronas de los reyes
cual juguetes de niños rodarán.

¡Hurra! Volad a hartar nuestros deseos,
las más hermosas nos darán su amor,
y no hallarán nuestros semblantes feos,
que siempre brilla hermoso el vencedor.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Desgarraremos la vencida Europa,
cual tigres que devoran su ración;
en sangre empaparemos nuestra ropa,
cual rojo manto de imperial señor.

Nuestros nobles caballos relinchando
regias habitaciones morarán;
cien esclavos, sus frentes inclinando,
al mover nuestros ojos temblarán.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Venid, volad, guerreros del desierto,
como nubes en negra confusión,
todos suelto el bridón, el ojo incierto,
todos atropellándoos en montón.

Id en la espesa niebla confundidos,
cual tromba que arrebata el huracán,
cual témpanos de hielo endurecidos
por entre rocas despeñados van.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Nuestros padres un tiempo caminaron
hasta llegar a una imperial ciudad;
un sol más puro es fama que encontraron,
y palacios de oro y de cristal.

Vadearon el Tíber sus bridones;
yerta a sus pies la tierra enmudeció;
su sueño con fantásticas canciones
la fada de los triunfos arrulló.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¡Qué! ¿no sentís la lanza estremecerse
hambrienta en vuestras manos de matar?
¿No veis entre la niebla aparecerse
visiones mil que el parabién nos dan?

Escudo de esas míseras naciones
era ese muro que abatido fue;
la gloria de Polonia y sus blasones
en humo y sangre convertidos ved.

¡Hurra, cosacos del desierto...

¿Quién en dolor trocó sus alegrías?
¿Quién sus hijos triunfante encadenó?
¿Quién puso fin a sus gloriosos días?
¿Quién en su propia sangre los ahogó?

¡Hurra, cosacos! ¡Gloria al más valiente!
Esos hombres de Europa nos verán:
¡Hurra! nuestros caballos en su frente
hondas sus herraduras marcarán.

¡Hurra, cosacos del desierto...

A cada bote de la lanza ruda,
a cada escape en la abrasada lid,
la sangrienta ración de sangre cruda
bajo la silla sentiréis hervir.

Y allá después en templos suntuosos,
sirviéndonos de mesa algún altar,
nuestra sed calmarán vinos sabrosos,
hartará nuestra hambre blanco pan.

¡Hurra, cosacos del desierto...

Y nuestras madres nos verán triunfantes,
y a esa caduca Europa a nuestros pies,
y acudirán de gozo palpitantes,
en cada hijo a contemplar un rey.

Nuestros hijos sabrán nuestras acciones,
las coronas de Europa heredarán,
y a conquistar también otras regiones
el caballo y la lanza aprestarán.

¡Hurra, cosacos del desierto! ¡Hurra!
La Europa os brinda espléndido botín,
sangrienta charca sus campiñas sean,
de los grajos su ejército festín.

poema de José de Espronceda

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