En este gran poema, Bécquer
nos transporta al abismo
de un corazón carente
de la luz del amor.
El territorio de la vana oscuridad.
Rima XLVII
Yo me he asomado a las profundas simas
de la tierra y del cielo
y les he visto el fin con los ojos
o con el pensamiento.
Mas, ¡ay! de un corazón llegué al abismo,
y me incliné por verlo,
y mi alma y mis ojos se turbaron:
¡tan hondo era y tan negro!
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